Solo la posibilidad objetiva de poder seleccionar variedades de uva clásicas para los vinos tintos como la Garnacha, Carinyena, Monastrell o el Tempranillo, o "internacionales" como el Merlot, Cabernet Sauvignon, o las variedades de los vinos blancos como el Macabeo, la Parellada o Xarel·lo, con características propias de cada zona microclimática y edafológica, así como la oportunidad de realizar coupages organolépticamente únicos, nos abre un inmenso campo de posibilidades a la hora de elaborar el vino.